¡Invertimos en Venezuela y nos equivocamos!

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Muchas compañías han tenido que disminuir sus horarios de trabajo y (…) plantearse el cierre.

Ese es el lamento que muchos ciudadanos y organizaciones han exclamado, pero realmente: ¿Es bueno o malo invertir en Venezuela en la coyuntura actual?, ¿Es viable o es errado arriesgar el capital financiero, tecnológico y humano en Venezuela? A juzgar por los resultados de los últimos años, la respuesta tristemente es obvia, pero analicemos las siguientes trabas que ocurren en este primer trimestre de 2015.

Hay factores que empañan el clima de negocios. Por una parte tenemos la restrictiva regulación laboral caracterizada por una inamovilidad permanente y por la otra, la significativa restricción en la oferta de divisas en un mercado altamente regulado.

En nuestro país las regulaciones de monedas extranjeras y restricciones a la misma es una traba fundamental para el desenvolvimiento de los negocios. En primer lugar, el control cambiario ha obstaculizado enormemente relacionarnos con el mundo exterior y esto ha sido fundamental para que no tengamos el acceso oportuno de insumos y productos. Las cantidades aprobadas y liquidadas por los organismos de control han sido muy bajas, comparadas con la alta demanda que requiere el país para satisfacer el mercado interno que no puede, por sí solo, autoabastecerse. Esto ha incidido en la inflación y la escasez. Si bien los anuncios relativos al nuevo Sistema Marginal de Divisas Simadi contienen elementos positivos es prematuro formular conjeturas sobre los mismos, pues igualmente se mantienen tres tipos de cabios oficiales y la raíz del problema cambiario se mantiene sin mayores variaciones.

Muchas empresas han tenido que disminuir sus horarios de trabajo y, hasta varias de ellas han visto la necesidad de plantearse el cierre de sus operaciones. Los pequeños emprendimientos han visto frustradas sus esperanzas de continuar con sus proyectos por no contar con insumos y verse obligados a sostener unas nóminas que carecen de los medios de producción.

En el escenario actual no podemos obviar que los ingresos petroleros, que representan casi 97% de las divisas generadas por el país, han caído en algo más de la mitad y carecemos de mecanismos en el corto plazo para compensar dichos ingresos.

La burocracia a los efectos de la emisión de registros y licencias ha sido igualmente contraproducente, se retrasan los cambios, evolución y adaptación de viejos procesos a nuevas circunstancias. Se han creado un sinfín de entes y obligaciones que hacen más complejos los procesos administrativos. Esta situación estimula el caldo de cultivo a la corrupción.

Las constantes regulaciones parafiscales, la corrupción, la excesiva regulación, carga impositiva, la falta de apoyos e incentivos son los obstáculos que sufre el país y limitan el desarrollo de nuevos emprendimientos. Esta situación afecta la rentabilidad y funcionamiento de las compañías. En Venezuela se ha venido abusando de la parafiscalidad, con toda una serie de contribuciones especialmente creadas en beneficio de entes que escapan a los controles de la Tesorería. A esto hay que agregar la inconveniencia de la Ley de Precios Justos que paradójicamente contraviene los mecanismos que hacen posible que tengamos precios justos y abundancia de bienes en el mercado.

Las empresas mantienen un temor por invertir en Venezuela a la luz de las más de 1.400 empresas que han sido expropiadas o intervenidas, sin importar su tipo y su tamaño. Las empresas opinan que para atraer la inversión extrajera se debe fortalecer la seguridad jurídica en el país.

La inseguridad de las personas y los bienes ha sido otro factor repelente de nuevas inversiones y considerando que las empresas existentes se han visto obligadas a disponer de más recursos en seguridad privada, dado el crecimiento exponencial de las tasas de criminalidad.

La desigualdad inducida por erradas políticas es uno de los factores que influyen sobre los índices de la criminalidad. La falta de empleos de calidad es un factor que no permite bajar este flagelo. A todo esto hay que agregar también la debilidad de los sistemas de justicia y de la carencia de programas de rehabilitación y reinserción social que han agudizado esta lacra social.

El deterioro de la infraestructura es otra variable que ha incidido negativamente en el desenvolvimiento de los negocios y es ponderada como crucial al momento de ejecutar una nueva inversión.

Venezuela también presenta un rezago tecnológico derivado de la escasa vinculación entre empresas e institutos de investigación y formación técnica, el poco contacto hacia el exterior ante la carencia de divisas, y limitación presupuestaria en el área.

Toda sociedad requiere un sistema de producción, distribución de bienes y servicios que le satisfaga necesidades básicas a las personas, y en Venezuela este sistema está casi acaparado por el Estado, monopolizando la renta petrolera aunado a un conjunto de leyes para supervisar y fiscalizar casi toda la producción y distribución que se realiza en el país. La restricción a las divisas, los excesivos controles internos del Gobierno respecto al mercado, alteran la convivencia y producen situaciones tensas.

Ante este desolador panorama validado por múltiples centros internacionales de medición de desempeño socioeconómico y clima de negocios queda preguntarse qué elementos podrían estimular en los actuales tiempos nuevas inversiones, y entre ellos podemos mencionar: las ventajas comparativas subyacentes en nuestro espacio territorial, el talento de muchos ciudadanos que aún no han emigrado, el sentido de pertinencia de nuestros connacionales que los llevan infatigablemente a tener fe en que las cosas van a mejorar; la necesidad de los negocios ya en marcha que requieren aportes de capital complementarios para su subsistencia, y los más relevante es el inevitable peso de la racionalidad ante los decepcionantes resultados que lleven a la formulación de nuevas políticas de desarrollo económico con verdadera inclusión social.